Se juntaron con temor. ¡Eran tan distintos! Negro y blanco. Tiza y carbón.
Para conocerse, alternaron sus paseos el uno sobre el otro, escribiendo, sin saberlo, una hermosa historia de amor. Poco a poco fueron descubriendo lo que se necesitaban. La diferencia les convirtió en complementarios. Cada uno destacaba cuando se unía al otro. Negro sobre blanco, blanco sobre negro.
También descubrieron que cuando uno abusaba del otro, uno iba desapareciendo y el otro perdiendo su capacidad de destacar.
Ahora están descubriendo que cuando son suaves el uno con el otro, aparecen los grises.
No tardando mucho descubrirán que hay otros colores. Y que ellos les pueden aportar a los otros brillo y tenacidad. Quizás descubrirán que ellos son el fruto de la unión de los otros.
Y finalmente sabrán que todos ellos un buen día también tomaron la decisión de confiar en el otro y mezclarse, sin abusos, sin imponerles su color, sin importarles la forma, ni el tamaño, ni el género, ni el medio, ni las reacciones, ni los resultados, ni …, y que de esa unión se fueron formando un sinfín de colores y de esos colores un universo lleno de luces en equilibrio en el que todos son imprescindibles.