Parques temáticos: mundo rural leonés.

¿Cuánto tiempo hace que ya no le interesamos a las administraciones? Difícil de contestar pero fácil de afirmar. El mundo rural no le interesa a nuestros dirigentes.

Los habitantes de pequeños núcleos rurales somos esos extraños privilegiados que vivimos fuera del mundanal ruido, en una arcadia permanente y que, por lo tanto, ese ideal de vida compensa todas las carencias con las que hoy nos encontramos los vivientes de pequeñas poblaciones, elevados al grado de super. Los supervivientes.

Somos la envidia y el ideal de muchos ciudadanos, sobre todo de aquéllos que saben que nunca van a dar el paso de venir a vivir a los pueblos. Por eso nos convertimos en su utopía, en su deseo imposible. Y por envidiados, la administración nos condena al olvido o, lo que es lo mismo, a la extinción. Será que nunca la envidia es buena, será que las utopías no son bien recibidas por los gobiernos.

Las administraciones, ya acostumbradas a prometer lo que en ningún momento pretenden cumplir, nos ponen en su punto de mira y planifican proyectos y vuelven a planificar, convirtiendo nuestro futuro en un corta y pega de legislación en legislación.

Total, somos pocos y mal avenidos. El ruido que pudiéramos hacer, en nuestro caso se convierte en murmullo. Y el murmullo es la música sobre la que le gusta trabajar a nuestros dirigentes. Esa música cuya letra utilizan a modo de mantra y cuyo tono bajo no interrumpe su concentración.

Sí, somos pocos. Pocos votos, que es la medida de utilidad y de inversión que utilizan nuestros administradores. Pocos y acomplejados. Ese complejo que con tanto esmero han cuidado nuestros dirigentes para que el murmullo no se convierta en grito. Ganaderos y agricultores tratados con menosprecio, como santos inocentes con la boina aparcada. Nuestra cultura no se mide por los conocimientos que poseemos del medio natural, o por el tamaño de nuestro corazón, o por nuestra capacidad de razonar, o por la sabiduría popular, o … , sino por la cantidad de veces que nombramos al Quijote sin haberlo leído. Nuestra incultura no nos permite levantar la cabeza, si acaso la mano ante nuestro vecino. La frustración actúa así.

Vivimos en un medio maravilloso –no quiero cometer el error de provocar envidia, por lo del olvido-, con grandes posibilidades económicas, sobre todo en tiempos de crisis, y nuestras administraciones se dedican a legislar con cepos que quiebren las piernas de los que quieren avanzar. Se legisla contra el ganadero y agricultor, se legisla contra las labores artesanas, se legisla contra la pequeña industria de transformación alimentaria, se legisla contra el aprovechamiento racional y conservacionista del medio natural, se legisla contra los medios familiares, se legisla contra los jóvenes habitantes, se crean parques y se legisla contra sus habitantes. Se legisla sobre un medio que ningún administrador se ha molestado en conocer.

Desde el sillón central se dominguea el medio rural para decir que se conoce, como si esos viajes con acompañante de gorra de plato le hiciesen sentirse a uno aislado en una nevada, impotente ante un corte de luz, inhabilitado por una mala conexión a internet – ¡qué derechos pedimos los lugareños! -, frustrado ante las injerencias administrativas a la hora de acometer nuevos proyectos de vida, cabreados debido a las desigualdades de servicios con respecto al mundo urbano, acongojados ante la carestía que significa mantener una familia donde no existe la posibilidad de una conciliación paternolaboral y cuya educación superior supone un sobrecoste difícil de sobrellevar, irritados por el deterioro de nuestras vías de comunicación, asqueados por la desidia ante servicios básicos como la sanidad y la educación, apenado por el olvido de nuestros mayores. Aislado, impotente, inhabilitado, frustado, cabreado, acongojado, irritado, asqueado, apenado, … y a pesar de todo feliz. Por eso escribo esto desde el pueblo que me acogió ya hace bastantes años y no he retornado a la ciudad. Porque a pesar de esa violencia silenciosa que se ejerce contra el medio rural, uno siente la felicidad en las cosas básicas que ni la administración es capaz de quitarnos.

Llevo varios lustros viviendo en la comarca leonesa de Luna, valle montañoso de idilios y leyendas. Después de muchos años y por la premura de las elecciones que han de vivirse este año, se le da el pistoletazo de salida al Parque Natural de Babia y Luna. Aprobado sin el consenso de la oposición -¡cómo no!- al no admitirse a trámite prácticamente ninguna de las enmiendas presentadas, probablemente -¡cómo no!- presentadas a destiempo, sin margen suficiente para discutirlas y sin mucha convicción. En concreto se ha admitido a trámite el cambio de denominación de nuestro mastín, hasta ahora español –de Valladolid- y de ahora en adelante leonés; menos mal que se reconoce algo que ya estaba reconocido como sinonimia. En definitiva, que una vez más la administración tiene ese don de convertir un hecho positivo y de celebración como es la creación del Parque, en una losa más para el mundo rural. Cualquier vegetal o animal de nuestro entorno tiene más derechos que los habitantes humanos que pervivimos en estas tierras. Ahora intentaremos no mirar con envidia a plantas y animales del entorno para que nadie caiga en el deseo de exterminarlos.

Y hago hincapié en mi tierra de acogida, tierras leonesas de Luna, porque si cabe, aún están más olvidadas que el resto. Estas tierras que se decidió herir ¿de muerte? con un embalse para dar vida a otras tierras vecinas. Estas tierras perfectamente in-comunicadas por una autopista, vía que comunica León con Asturias y que en su mayor parte circula por tierras leonesas (más de tres cuartas partes del trazado), casi toda ella por el valle de Luna y que, sin embargo, es conocida como la autopista del Huerna, valle asturiano que recorre en escasos kilómetros. Y lo que es peor, denominación que ratificamos continuamente desde los medios de comunicación leoneses. ¡Qué ejemplo tan descriptivo de lo que nos sucede en estas tierras leonesas!

Pero eso sí, vivir en estas tierras te da la oportunidad de salir en televisión, aunque sea anclado a la pala y abriendo caminos en la nieve. Es cuando más interesantes somos. Este invierno, las televisiones de turno no han tenido que ir demasiado lejos para poder sacar esas imágenes que tanto buscan de los lugareños con la nieve hasta la cintura –mi buena educación no me permite nombrar otro punto a la misma altura pernil que resumiría muy rápido hasta donde hemos acabado este año con el problema mal resuelto de la nieve-, llenando las tardes televisivas. Todo un reality show, donde presentadores y presentados se reparten el ridículo a partes iguales, con ese estilo de hacer televisión que se ha impuesto en los últimos años. Espero que ningún realizador televisivo se acuerde de El Show de Truman y se le ocurra crear una cadena -¿Rurality?- para plasmar las 24 horas de estos seres curiosos en peligro de extinción en que nos vamos convirtiendo.

Y gracias a shows mediáticos, tópicos y paisajes bucólicos y bien preservados, el mundo rural de este país y, en particular, de estas tierras leonesas, nos acabaremos convirtiendo en grandes parques temáticos a visitar por los habitantes de la ciudad, con la ventaja de que los medios interactivos, nosotros, cuando se averían no hay que reponerlos y además el personal de mantenimiento sale gratis. Solo deseo que alguien no se invente una partida pública para regalar cacahuetes a nuestros visitantes con el fin de tenernos bien alimentados y contentos.

Tanzania: Poesía y magia en la pobreza.

Por Rafael Martinez

Rafael Martínez es un leonés del llano, de una tierra cuna de grandes profesionales. Profesor de filología inglesa, ha compaginado esta profesión con otras labores de asesoramiento, lo que le ha permitido pasar largas estancias en Reino Unido y Australia. Ahora, tras su jubilación anticipada –¡dichoso seas!-, pasa parte del año en tierras africanas, lo que le ha permitido colaborar con una ONG en Tanzania dedicada a la educación, y esta es su experiencia … vital. Gracias por compartirlo. Gracias por mostrarnos esos otros mundos tan extarordinarios como olvidados de una manera tan amable.

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Quiero comenzar este relato de mi experiencia como voluntario en Tanzania con un extracto de mi diario que describe las primeras horas de cada día:

Doy un paseo al amanecer: una capa de nubes cubre el valle, están a nuestros pies, otras están por encima y hay un trasiego romántico Tanz MamboViewPoint (2)con una bella vista de la roca inmensa de enfrente donde las nubes suben hasta cubrirla por completo. Cascadas de niebla se precipitan ladera abajo para abrazar a sus compañeras del valle; en la otra parte de la colina, ascienden jirones de bruma que se deshilachan antes de alcanzar nuestra cima, el espectáculo es fantasmagórico. Las cabañas de la aldea aparecen y desaparecen velozmente en medio de tanta vorágine y solo queda el recuerdo impreso en la retina. El sol se abre paso a través de las cascadas de nubes que se deslizan por las cumbres de las montañas, naturaleza viva. Cada día me sorprende con un nuevo menú de amaneceres.

Todo comenzó a finales de enero cuando me decidí a emprender un viaje de dos meses por el maravilloso país de Tanzania. Lo difícil no es hacer el viaje, que también, sino tomar la decisión final. Mi destino era el área que rodea a las aldeas de Mambo, Sunga y otras, y mi residencia fue el Mamboviewpoint Eco Lodge (algo parecido a “cabañas ecológicas” en castellano), situado al norte de las montañas Usambaras, a 60 Km. (dos horas en 4×4) de la ciudad de Lushoto. El centro está administrado por una pareja holandesa, Herman y Marion, o viceversa, que han dejado sus respectivos trabajos y familia en su país y llevan cinco años de dedicación exclusiva a la fundación creada al efecto, llamada MamboSteunPunt. La fundación no tiene vinculación política ni religiosa, uno de sus lemas es: “No se debe pensar en ganar almas ni en pintar de blanco las caras de color”. Su modus operandi se basa en ayudar a los 25.000 habitantes que forman las cinco aldeas del distrito de Sunga a través de proyectos apoyados por trabajadores voluntarios y por donaciones. Las ganancias del eco lodge se invierten directamente en los gastos de mantenimiento y el resto se dedica a los innumerables proyectos que desarrollan en el área.

Entre los proyectos de la fundación figura la educación. En la política educativa del gobierno confluyen todas las carencias de la sociedad tanzana, debido principalmente al abandono en el que se encuentran las instituciones públicas del país: a las autoridades no les interesa una sociedad culta y educada, de este modo es mucho más fácil dominar la población; quizá esta afirmación empieza a sonarnos familiar por Tanz TemaPrimaryestos pagos. En el área de Sunga-Mango viven unas 25.000 personas, de las cuales el 30% son alumnos de educación primaria, la media de hijos ronda los 7 por familia. Hay 9 escuelas de educación primaria y solo tres de educación secundaria, todas ellas públicas; hay una privada pero con solo 75 alumnos, es una zona pobre y no pueden pagar los gastos de matrícula. Con estos datos es fácil imaginar la ratio profesor-alumno: en primaria las clases suelen albergar unos 80-100 alumnos, y las de secundaria sobre 60-80. Los colegios tienen entre 4 y 8 profesores para 500-600 alumnos, algo inverosímil para nuestros parámetros; se complementan con profesores voluntarios a los que a veces pagan los propios profesores titulares quienes, a su vez, cobran unos 200 euros al mes. Con estos datos se puede suponer el nivel de la enseñanza y el alto grado de abandono escolar.

Esto nos hace reflexionar y pensar que existen otros mundos en este mundo, que tomamos por descontado que las comodidades de las que disfrutamos son inherentes al ser humano al nacer. Parémonos a pensar en niños y niñas caminando, muchos de ellos descalzos, hasta dos ???????????????????????????????horas para llegar al colegio, cargados con los pocos libros que tienen y con 3 (¡tres!) litros de agua para beber durante el día y para comer una sopa que provee el colegio, ¿sacado de alguna novela sobre los pobrecitos niños africanos o del relato de algún misionero? NO, yo mismo lo vi y lo viví. Imaginemos a niños en el colegio con un gran machete, allí llamado panga, para cortar hierba o leña al salir de clase y llevarla a casa para ahorrarle a la madre (los roles asignados a hombres y mujeres están muy claros, por desgracia para ellas) un largo paseo en busca de tales mercancías. Sigamos imaginando a los niños apacentando unas cabras toda una tarde a la salida del colegio, otros jugando con bolsas de plástico fuertemente atadas o con ruedas con una guía, o al “billar” con semillas redondas y unas ramas de árbol…

Una de las cosas que más llama la atención es la eterna sonrisa de los niños, a pesar de la dureza de sus vidas; todavía resuena en mis oídos la palabra mzungu mzungu (blanco) con la que me saludaban cándidamente en mis largos paseos a pie, (sobre todo cuando se estropeó el Land Rover predinosáurico de la fundación), o en el asiento trasero de aquellas peligrosas motos locas llamadas pikipiki; risas por todo el valle, risas y llantos, claro, los mayores dominan a los pequeños, ya se sabe. Al caer la noche los sonidos de los grillos, ranas, pájaros y otros animales misteriosos llenan el aire, las voces de los niños jugando sirven de fondo mágico. Mamboviewpoint Eco Lodge está a casi 2000 metros de altitud en una colina dominando el valle, el aire es puro y la contaminación luminosa, nula, porque no hay luz eléctrica, las estrellas y la luna iluminan la noche. Durante el día varios paneles solares y algún generador acumulan energía para paliar la oscuridad nocturna en hogares más pudientes económicamente o en algún otro financiado por la fundación.

La magia de la naturaleza viva inunda el paisaje, la vida cotidiana y las creencias de las gentes. Exceptuando muy pocas familias acomodadas, enriquecidas con el negocio no siempre legal de la madera, la práctica totalidad de la población vive de la agricultura; cultivan maíz – de cuya harina hacen el famoso ugali, alimento básico de la población -, verduras, alubias, tomates, frutas, caña de azúcar, patatas, boniatos… Al ser un área de colinas y tener poco terreno llano, el trabajo es muy duro si tenemos en cuenta que sólo trabajan con herramientas manuales, no hay tractores ni arados ni animales para el transporte. La deforestación ha hecho estragos desde los tiempos en los que los alemanes campaban por estas tierras; a pesar de ello, todavía quedan pequeños bosques de árboles (msai, mbono, mhasha, fivi, tughutu, wati, mvumo: árbol enorme que usan los curanderos, dice la leyenda que era, y sigue siendo, (¡!) la morada de Satán o de los yins). Por estos bosques pululan los espíritus o genios yins, según las creencias populares: mi acompañante-traductor-protector Mr. Hoza dice que están relacionados con el diablo, son malignos; Mr. Ndegue dice que los hay benignos, que se ven en muchas ocasiones y que son luces claras que avanzan, que crecen, decrecen y producen calor; lo más asombroso es que Ndegue asegura haberlos visto varias veces alrededor de Mamboviewpoint, cerca de la casa colgante de Herman; quedó de llamarnos si lo veía otra vez, estuvimos expectantes durante un tiempo…

Atrás quedan numerosos recuerdos de mis encantadores watotos (niños), de los profesores y sus heroicidades para dar clase en medio de ???????????????????????????????tanta precariedad, de Herman y Marion, de los voluntarios, de Mr. Hoza, de las aldeas de Mambo, de las señoras con sus cargas de agua, leña y niños, de los dignos y amabilísimos agricultores, a pesar de no entender su lengua, de los trabajadores (la mayoría son mujeres, claro) de Mamboviewpoint, de los leñadores y las bellas leñadoras que caminan como diosas de ébano, del majestuoso monte Meru que tan bien se portó conmigo al iluminarme el cielo nocturno y permitirme ver sus maravillas al amanecer. Inolvidable Tanzania.

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Cuentan los viejos

En recuerdo de Leoncio Fernández, más que un vecino y más que un amigo,  que además de dejarnos escrito gran parte de lo que aquí se cuenta, dejó un hueco imposible de rellenar.

 

            Cuentan los viejos que en su mocedad vivieron unos tiempos difíciles, tiempos en los que la palabra crisis estaba en desuso porque la mayoría vivían una situación dura y no habían conocido otra mejor. Tiempos en los que la esperanza siempre era la de mantenerse o, a fuerza de sacrificios, ir a mejor, quizás porque para peor era difícil. Tiempos en los que, a pesar de la situación y de los situadores, fueron capaces de ser felices porque de los sueños no se puede adueñar nada ni nadie. Tiempos no muy lejanos que los jóvenes de ahora, los de este mundo de privilegios, difícilmente se pueden imaginar tan cercanos.

            Cuentan los viejos que en sus tiempos jóvenes en Sena, los trabajos necesarios para sacar a la familia adelante resultaban muy duros, que las jornadas duraban desde el amanecer hasta la puesta de sol, rematando con las faenas de casa y de atención al ganado para después cenar y poder descansar hasta la madrugada siguiente.

            Cuentan los viejos que Sena era un pueblo fundamentalmente agrícola y ganadero. Se cosechaban legumbres varias de excelente calidad -entre las que destacan sus lentejas-, trigo, cebada, patatas para el consumo, … El día comenzaba a las cuatro de la mañana, con la pareja de vacas uncidas y el arado para realizar las tareas antes de que calentara el sol. Y si surgían problemas, siempre había un vecino que ayudaba a solucionarlo.

            Se hacían veceras de ovejas, cabras, vacas, caballos, tarea que consistía en hacer turnos de trabajo para cuidar el ganado común, en función de las cabezas de ganado que aportase cada uno. Para el alimento del ganado se recogía hierba segada a guadaña, ‘hijas’ de los árboles, paja de los cereales para mezclarlo con harina cuando escaseaba la hierba.

            Los animales tenían crías, unas se recriaban y otras se vendían. Las vacas se ordeñaban y de la leche se quitaba la nata para hacer mantequilla, una parte para consumirla y otra para venderla.

            Con el paso del tiempo, la labranza se fue abandonando y quedó la ganadería como actividad principal.

            Cuentan los viejos que llegado el otoño, como no había televisión ni radio, las familias se reunían en casa, reuniones que si eran antes de cenar se denominaban calecho y si era después de la cena, filandón. Los hombres hablaban o jugaban a las cartas; las mujeres hilaban -hilar, filar, filandón-, tejían, cosían y algún rato hablaban o jugaban.

            Cuentan los viejos que los hombres trabajaban muy bien la piedra y en estas épocas frías que no permitían tareas de campo, aprovechaban para realizar estos trabajos. Otros, llegado el otoño se tenían que marchar fuera para buscar trabajo, algunos hasta Sevilla, realizando el recorrido a pié calzados con unas madreñas. Otros iban de pastores a Extremadura. Y los más afortunados se quedaban en casa para cuidar el ganado.

            Cuentan los viejos que los inviernos eran muy duros, tras la nevada había que abrir paso de unas casas a otras con la pala y entre los pueblos para poder compartir los servicios, pasos que se cerraban al día siguiente tras otra nevada. A veces las nevadas eran tan grandes que la nieve cubría la mayoría de las casas, por lo que había que comunicarse con los vecinos a través de la chimenea, para comprobar que todo estaba bien.

            Cuentan los viejos que varios vecinos de Sena se fueron para Argentina entre finales del siglo XIX y principios de XX y que después de un tiempo algunos regresaron con dinero, ayudando a la realización de varias obras en el pueblo. Pero éstas son  historias que contaremos en una próxima ocasión.

            Cuentan los viejos que las personas que se fueron haciendo mayores abandonaron las tareas para vivir del subsidio. Los jóvenes, unos se fueron a estudiar y otros buscaron otro tipo de trabajos, quedándose los pueblos sin gente.

            Cuentan los viejos que Sena tenía un barrio un poco alejado, Arévalo, que pereció cuando hicieron el embalse de los Barrios de Luna, en los años 50 del siglo pasado, y que sus gentes, unos se quedaron en el pueblo y otros partieron a diferentes lugares.

            Cuentan los viejos y no solo nos cuentan, sino que además nos dejan sus reflexiones: “… Da mucha pena recordar que en el primer cuarto del siglo XX había aproximadamente unos setenta vecinos, entre los que había familias de ocho, diez o doce miembros que convivían juntos. […] actualmente hay unas cuarenta viviendas que parte de ellas se habitan los fines de semana y tiempo de vacaciones; llegado el otoño la mayoría se marchan para León, aquí el invierno es duro y los que residimos hoy día casi todos somos personas mayores jubiladas. Qué pena da salir a la calle y no ver a nadie y te da tiempo para pensar ¿qué será dentro de diez o quince años que la mayoría no estaremos? Dios dirá …”.